CAPÍTULO 2
Esa noche me contó dormirme, fue
estupendo haber estado a su lado. Como siempre sacándome una sonrisa. Sonó el teléfono.
En la pantalla, ponía Rubén. No sabía si cogerlo o no, quizá era alguno de sus
amigos para gastarme una broma. Me decidí y lo cogí. Al tiempo escuché unos
llantos, y escuché su voz.
-Patricia, perdóname, sé que metí
la pata y que quizás no quieras volver a verme nunca, pero necesito de ti, te
necesito.
- Ya me has mentido bastante. ¿Crees
que tengo ganas de seguir tragándome tus escusas?
-Patricia pero no lo entiendes,
TE NECESITO.
Le colgué, no que quería seguir escuchando
más mentiras. ¿Cómo era capaz de mentirme así? Volvió a sonar el dichoso
teléfono pero esta vez no contesta supe que era él. Esperé a que se cansara de
llamar y llamé a Jonathan. Quedamos en el
parque, necesita contárselo.
-No sé, no consigo olvidarle -
Dije llorando- Es superior a mis fuerzas, encima me dice que me necesita, no
puedo más.
-Patricia, lo que necesitas es
alguien que te demuestre que de verdad te necesita, si no vuelve a por ti, es porque
no te necesita.
Nos quedamos una rato mirándonos,
entonces se me aceleró el corazón, tenía ganas de besarlo, de sentir lo que
desde hacía 2 meses no sentía. Que estaba enamorada quizás. Me acarició la
cara, cada vez estaba más cerca de mí, pero de repente se apartó. Se acarició
la cabeza y me miró con los ojos muy abierto en muestra de pedirme perdón. Yo
le abracé y nos quedamos un buen rato abrazados respirando a coro el uno con el
otro sin pensar en nada. Olía a colonia, una colonia que me transportaba al
recuerdo de Rubén. Todavía no he superado que me pusiera los cuernos con Ruth,
todavía no sé ni por que seguía siendo su amiga, después de lo que me hizo.
Pasaron 10 minutos estando abrazados y todavía seguíamos. Creo que yo soy la
que necesita a Jonathan era yo. De repente paró un coche delante de nosotros.
Bajaron la ventanilla y escupieron a Jonathan y se fueron. Él me llevó a casa,
durante ese paseo no mediamos palabra. No quise parecer chismosa. Mi madre
estaba muy preocupada, a mi padre lo habían ingresado. Le acababan de dar una
puñalada en el tórax. Entonces fuimos corriendo al hospital, pero era tarde, mi
padre había muerto. Tras el duro choque de mi vida. Me llamaron en teléfono oculto:
-(Carcajadas), Te necesito. ¡He
sido yo!
Me estremecí. Sabía quién era,
pero no porqué lo había hecho. Jonathan me miraba, y yo empecé a llorar, me
dijo que me iba a poyar en todo y que pasara lo que pasara, siempre iba estar a
mi lado. Me abrazó fuertemente contra su pecho mientras me acariciaba el pelo. Entonces
levanté la cabeza y le besé. Fue un beso fugaz pero insinuante. Se dio la
vuelta y me pidió que no hiciera eso nunca más. Yo me avergoncé y me fui
corriendo. Abandoné el hospital y giré hacia la carretera, justo entonces le vi,
era Rubén. Se fue corriendo y yo le seguí pero no puede detenerlo. Le perdí de
vista. Jonathan me encontró y entonces vi que estaba arrepentido, estaba
llorando y me dijo que había sido un tonto. Me beso dulcemente. Cada vez fuimos
a más, sus labios sabían a lágrimas que todavía caían de sus ojos, me abrazaba
con fuerza y me sentí plena. Mi madre seguía en el hospital, yo estaba
preocupada por ella pero tenía que contarle a Jonathan lo que había pasado, le
necesitaba. Esa noche, encontré unas botellas de vino en mi casa y me puse a
beber, cogí una gran borrachera, tal es así que no sabía dónde me desperté,
pero no era mi casa. Noté que me estaban agarrando por las muñecas y que me
dolían los ojos. Me di cuenta al instante. Estaba con Rubén. Estaba en su cama,
sin saber de dónde saqué las fuerzas y corrí. Pude salir. Cogí su coche y me
fui hasta la casa de Jonathan. Allí me refugié en él.
-Patricia, ¿estás bien?
-Sí, pero tengo mucho miedo.
-No te preocupes, yo estoy a tu
lado.
Me tranquilizó su compañía pero
tenía una rara sensación de confusión. Algo me llamaba a que volviera con
Rubén. No sé lo que pasaría esa noche pero, algo me decía que mi sitio era con
Rubén. Quizás el vino de la noche me diera esa sensación. Me senté en la cama
de Jonathan y me abrazó, sus manos eran cálidas y frotaban todo mi cuerpo para
que entrara en calor. Le necesitaba. Entonces me abalancé sobre él y le tumbe
en la cama. Pero empecé a llorar. No podía. De niños solíamos jugar a
revolcarnos pero me invadía un gran sentimiento de culpa. Jonathan era un chico
comprensible y cariñoso, asique me ayudó a tumbarme en la cama y me pidió que
descansara. Que todo había pasado.
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